Anochecía. Todo alrededor de Gabrielle seguía en calma, pero ella era un poema por dentro. Lo único que podía escuchar era el rápido latido de su corazón y el palpitar de su frente, síntomas no tan comunes en una chica que hacía ejercicio y cuidaba lo que comía. Era una sensación extraña, casi incómoda.
La razón era obvia. Frente a ella estaba el hombre que soñó toda la vida, pero sabía que representaba más problemas que otra cosa. Alto, de cabello castaño, ojos oscuros pero brillantes. Vestía un pantalón de mezclilla ajustado a la medida, a juego con un t-shirt negro básico y mocasines. El atuendo lo delataba. Era el típico hombre maduro que se mantiene tras muchos años de traumas, sexo, relaciones bonitas, pocas desilusiones y mucho rock and roll.
La actitud fantoche que ella esperaba de un hombre con su perfil se había desvanecido en los escasos siete pasos que el mencionado hombre dio hacia su mesa.
Su semblante era serio, pero intrigante. Como si ocultara algo y estuviera a punto de decirlo.
Lo que más llamó la atención de Gabrielle fue el dejo de preocupación que tenía en la mirada.
"Hola, soy Julián".
Al grano. Puntual. Como si estudiara todo sus movimientos
"Gabrielle, mucho gusto".
Su presentación le salió de la boca como un alarido. Sabía que tenía que controlarse y no demostrar que estaba interesada, por lo menos eso le había dicho su terapeuta muchas veces durante las sesiones que tenía cada mes, siempre durante un viernes.
"¿Puedo sentarme?"
"¡Demonios! ¿Por qué este tipo quiere sentarse?", pensó Gabrielle mientras un mechón de cabello oscuro le caia sobre la cara sudada. Gaby había perdido su frescura en el momento que entró al húmedo bar. "Armate de valor, tonta", dijo para sus adentros. Aunque no sabía que quería este individuo, ni tenía idea a donde iba a llegar, ella tampoco se lo iba a dejar fácil.
"Depende", respondió ella.
Lo que nunca pensó que sucedería estaba tomando lugar. La cara de confusión de Julián se transformó en una sonrisa pícara, casi tierna. Como si supiera que Gaby quería jugar con él.
Lo que Gaby no sabía es que los 25 años que le lleva Julián son razón suficiente para que sepa jugar al amor mucho mejor que ella.
"¿Depende de que?", preguntó interesado
"Si me vas a pagar otro vodka tonic, puedes sentarte", le explicó Gaby.
Julián sonrió de medio lado y se sentó frente a la chica de largo cabello marrón, ojos oscuros y tez blanca, pero bronceada. La analizaba, la perforaba con los ojos. Se imaginaba con esas curvas bajo un falda ajustada negra, de esas que llegan justo arriba de la rodilla. Su instinto lo lleva a pensar que a su nueva amiga le gustaría de cuero. Que arriba le ponga lo que quiera. El solo quiere ver sus piernas con esa falda.
"Camarero, otro vodka tonic para la dama"
Continuará...